domingo, 30 de noviembre de 2014

La chica movimiento

Samantha cantaba "Not afraid" de Eminem. En fracciones de segundos, recordó muchas experiencias vividas en los últimos años. Fuese *bacán si los pensamientos se pudiesen transcribir automáticamente en un papel, ya que en minutos se escribiría un libro completo, pensó ella en relación al tiempo. Ahora prestaba atención a las letras de esa canción. Necesitaba prepararse mentalmente para sus próximos proyectos. Estaba como en un trance y, en situaciones como éstas, es que hace un paréntesis para proyectar las cosas que anhela y luego crea un plan estratégico para llevarlas a cabo.

Samantha es atrevida y ella no tiene miedo de experimentar cosas nuevas, las cuales la hacen sentir como una adolescente. Ella está súper emocionada porque en seis meses volverá a la Argentina a visitar a sus amigos. Sonríe al recordar cómo fue el primer encuentro en donde se plantó la semilla de lo que hoy día es una linda amistad. El azar quiso que se conocieran en un autobús. Ella viajaba sola como turista a un país que le había llamado la atención: Perú. De Cuzco iba a una excursión a Saqsaywaman. Esta experiencia le abrió los sentidos porque al andar sin compañía ella era dueña de su tiempo para deleitarse observando paisajes pintorescos, degustando comidas exquisitas y escuchando las historias y los relatos de esa región.

Al verlos en grupo ella sintió un poco de nostalgia puesto que no tenía a nadie con quien compartir sus experiencias. Ellos, en cambio, charlaban amenamente, sacaban fotografías y también tomaban mate. Sintió deseos de propiciar una conversación pero no tuvo el valor. Para muchas cosas era decidida, sin embargo, cuando se trata de interactuar con gente en ella surge cierta timidez. El trayecto fue corto. La distancia era como dos o tres km al noreste de la ciudad de Cuzco. Lo que ella vio fue impresionante. Las ruinas del sol o, fortaleza Inca, está construida con enormes rocas talladas y cada una está unida con una precisión increíble. Saqsaywaman, junto con Machu Picchu, es una de las mayores obras arquitectónicas Incas.

Ella tomaba cientos de imágenes del paisaje y de los detalles que llamaban su atención. La tierra mojada, las plantas, los colores, el viento y el sol creaban unos matices extraordinarios que se perdían en las pupilas y en el olfato de ella; dejándole una sensación de libertad. Aquel que viaja sólo aparece en pocas imágenes ya que mayormente la persona necesita que sea alguien más que tome la fotografía. Una de las chicas en el grupo se acercó a ella y le preguntó si deseaba que la fotografiara. Ésta asintió con entusiasmo mientras le pasaba su cámara. En ese momento, después de una lluvia instantánea, apareció un arco iris bellísimo. Ella también se ofreció a tomarle fotos y allí comenzaron a platicar. De regreso en el autobús, ella se unió al grupo y tomó mate.
¡Waoo, no moriré ciega, y eso que todavía no he visto Machu Picchu! exclamó emocionada a sus nuevos amigos.

Era un grupo de más de treinta personas pero ella solamente se familiarizó con cuatro de la provincia de Neuquén a 1200 kilómetros de Buenos Aires. Uno es doctor y la hija de éste, una estudiante; la otra es enfermera, y la última tiene una tienda de ropa para todas las edades. Ellos viven y trabajan en un pueblo llamado San Patricio del Chañar, excepto la hija del doctor que vive en la Plata. Todos ellos son viajeros y aficionados a la fotografía. Desafortunadamente el programa a Macchu Pichu se canceló debido a un desastre natural. En esos días llovió mucho y hubo un deslizamiento en donde tuvieron que evacuar a más de 500 personas y todas las giras tuvieron que ser canceladas, por lo que cientos de personas tuvieron que quedarse en Cuzco un día extra.
Debido a ese percance la chica en movimiento pudo reencontrarse con los argentinos en la Plaza de Cuzco frente a la Catedral. En ese encuentro ella les prometió visitarlos en su próximo viaje. A ellos se sumó otro del grupo y ella fue testigo de cómo cupido flechó a dos de ellos durante ese viaje. Los gestos y las miradas giraban alrededor de ambos, quienes hablaban y se agarraban de las manos como un par de tórtolos en tierra sagrada. El tiempo transcurrió y esta dama finalmente cumplía su promesa. Ahora ella recodaba el día en que llegó a Buenos Aires. Viajó un mes de diciembre; dos días antes de celebrarse la Navidad.
Del aeropuerto se dirigió a la terminal de autobuses en donde tenía que agarrar un bus por más de quince horas hasta Neuquén en donde la estaría esperando su amigo. El encuentro fue muy emotivo y ella se sintió como en casa.
¡por favor, pellizquen mi piel para saber que no estoy soñando! le comentaba Samantha a sus amigos en la casa del doctor mientras esperaba su turno para tomar mate.

De ese viaje ella atesora momentos inolvidables; especialmente aquellos en donde compartió con los niños en el campito y en la Chacra de su amigo. Las entretenidas conversaciones con cada uno de ellos son inolvidables. La cena de Navidad y de fin de año fue sumamente espectacular. Disfrutó un montón cuando visitó San Martín de los Andes y también la noche que fue a la disco y cuando compartió con unos jóvenes. Esas imágenes están grabadas en su mente para siempre. Samantha es como un libro abierto, sin embargo, hay cosas que ella se reserva por prejuicios o estereotipos que se forjan por ideologías falsas o simplemente por ignorancia hacia ciertos temas. Resulta que ella ocultaba un secreto y no sintió la necesidad de decírselo a sus amigos porque en ese pueblo ella no fumaría. Eso pensó pero, cuando vio el hijo de su amigo, supo que eso ya no sería posible porque, según su pinta, dedujo que él también fumaba. Volvemos con los prejuicios ya que sin ella darse cuenta también hacia lo mismo: juzgar a las personas por su apariencia.
Anyway, la cuestión es que ella encontró un escape cuando conoció a las ovejas negras del pueblo. Bueno, esto fue lo que ella supuso por las historias que comenzó a escuchar por boca de ellos y luego por parte de algunos padres de estos jóvenes. Ella recuerda haber fumado cerca de un riachuelo. Después de la cena de Navidad, fueron a Carilo disco, la cual queda al lado del Corralón Pity; a dos cuadras del Secundario Cepem #31. Ahí volvió a fumar. La canción de moda era mosa, un tema brasilero muy pegajoso y chulo de bailar. Esa noche llevaba el pelo rizado. Un maquillaje sencillo y una mini falda. Su atuendo negro la hacía lucir una silueta esbelta. Con movimientos precisos ella bailaba al ritmo de la música. Se acercó al bar y pidió un fernet con coca cola.

Los ojos azules del bartender la hechizaron. Durante toda la noche no quiso perderlo de vista. Cada movimiento iba dirigido a él. Esa noche no lo pudo borrar de su mente y hasta soñó con esa persona. Al otro día el hijo de su amigo la llevó a casa de unos amigos a compartir y a fumar. Ella se quedó atónita. El mesero de la noche anterior también se encontraba allí. Ella no pudo ocultar el rubor en sus mejillas. Lo achacó al jugo baggio con vodka que le sirvió uno de los chicos. Fumaron y conversaron a gusto. Quiso escuchar a que se dedicaba cada quien, aparte de estudiar. Todos eran jóvenes con menos de 23 años, incluyendo al bartender, quien por la poca edad podría ser su hijo. Por esta razón lo comenzó a ver con otros ojos y dejó de imaginar cosas atrevidas en la intimidad con él. Los chicos querían saber más de Samantha. Sentían intriga por su acento y su nacionalidad. Les contó de dónde venía y a qué se dedicaba. Le dijo que era oriunda de Republica Dominicana. Del sur: Bani. Pero, que desde la edad de trece años, radicaba en la ciudad de Nueva York. Ella les habló de sus sueños y también sobre sus proyectos. De igual manera, también se interesó en saber las cosas que cada uno anhelaba. Volvieron a fumar. Reían. Bebían. Y, de repente, ella comenzó a imaginar a estos jóvenes en Nueva York.

¡Se imaginan que, en vez de este pueblo, estemos en el Central Park en Nueva York; recorriendo aquellos lugares que solía recorrer John Lennon y fumar sentados en el pasto mientras escuchamos su música! todo es posible le decía ella. Pero, primero deben educarse si desean que sus sueños se conviertan en realidad término diciéndole con convicción.

Samantha todavía sigue en contacto con algunos de los chicos; primordialmente con el bartender, quien a partir de ese día comenzó a soñar con su visita a la cuidad de los rascacielos. En su último texto le escribió lo siguiente: "Te cuento que siempre estoy pensando en viajar a verte. Así como nos decías que nosotros también podíamos, pues yo empecé a imaginarme en Nueva York. Me imaginaba el lugar ese que me decías; también las luces de Times Square y los edificios. Y vos como contabas todo eso fue algo muy raro al otro día me levanté con una vibra muy positiva, con esperanzas y ganas de hacer todo lo que pudiera y lo que no lo quiero hacer igual. Voy a esperar con ansias tu regreso querida amiga movimientos".
Samantha también esperaba con ansias regresar a San Patricio del Chañar a compartir con sus amigos y con aquellos que en su primer viaje no tuvo la oportunidad de conocer. Otra vez ella volvería a cumplir su promesa pero hay otras que toman más tiempo para llevarse a cabo. Pensaba que, para estas fechas, ella regresaría a la argentina con su libro en mano pero su historia todavía no estaba completa. Esta se va tejiendo a medida que transcurre el tiempo.

Mientras tanto, ella recuerda algunos episodios de su vida para así recodar a sus amigos y visualizar su próximo viaje. Sabe que no debe tener miedo de dar el próximo paso porque las dudas siempre estarán en el ser humano pero lo importante es no quedarse inerte. Cuando terminó la canción, ella dejó a un lado sus audífonos, y volvió a tomar el Llano en llamas de Juan Rulfo para leer el cuento "Es que somos muy pobres". Samantha no podía creer todas las cosas que imagino en sólo varios minutos.

Por: Yini Rodríguez
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*algo heavy “chulo”

domingo, 19 de octubre de 2014

Resucitan los muertos


Se abre la caja de Pandora para vomitar lo que ha sido un pasado funesto. Resucitan los muertos y sus almas andan en pena. ¿Por qué tener miedo? Analizar el pasado puede ser una aventura excitante. Los muertos nos hacen recordar que vivimos en un mundo prestado y que, los fantasmas solo están en nuestras mentes. Lo importante es poder mirar en retrospectiva para ver quiénes somos en el presente, ya que aquél que vive de lo que fue, se va aniquilando como ser humano porque deja de crecer en el ahora para vivir aferrado a una vida que solo existe en su mente.

Algunos sucesos de la actualidad me trasladan a otra época, donde viví mucha convulsión. Hace dos semanas, me llama mi prima Yocasta para decirme que a su marido Montana lo deportaron a República Dominicana, después de haber pasado 18 años en prisión.

¿Muchos años, verdad? Wao, esa noticia me dio mucha alegría, por los dos. Ella también se había encerrado en una prisión, pero imaginaria.

Sucede que, cuando a él lo arrestaron, ella se aisló del mundo, y dejó de tener una vida. Del trabajo a la casa y viceversa; ni televisión veía. Su único refugio han sido los santos, y unos cuantos vecinos que no salen de su casa bebiendo café y bochincheando la misma mierda todo el tiempo. Su puerta vive abierta como la Puerta del Conde. Vecinos vienen y van. Algunas veces, ella cuela café más de cinco veces, como si estuvieran velando a un muerto. Todos los días, antes de irse al trabajo, tiene que rezar casi dos horas. Yo no me meto con las creencias de nadie. Cada quien que haga lo que le plazca. Pero, cómo es posible que un ser humano gaste su energía en algo que no le da productividad, mientras el mundo se le desmorona alrededor… Su estuche de apartamento vive con un reguero del carajo.

Se podría decir que la pobrecita ha desarrollado el Síndrome de Diógenes. En su casa tiene un montón de porquería acumulada. Vive con sus dos hijos en un apartamento de una habitación. El mismo apartamento en donde vivía con su marido antes de que éste fuera arrestado en el 95. Nunca se mudó. Le dieron una Sesión ocho y la dejó perder. Al hijo varón, ya con 28 años, lo puso a dormir en una camita en la sala. A su hija, actualmente 18, le tocó con ella, en la misma cama en su habitación. En la cocina tiene su altar con todos los santos habidos y por haber. Su casa, si acaso, dura limpia un par de días pero luego vuelve a un desorden total. En su cocina, además del altar, también tiene miles y miles de cartas, que nunca se ha tomado la molestia de abrir en muchos años, regadas por doquier. Los closets, cuando los abre, se le viene un army encima. Tiene ropa con cojones, que ha ido acumulando en bolsas dizque para mandárselas a su madre.

Yocasta, antes de que su marido fuera arrestado, era un cromo de mujer, con un cuerpo voluptuoso de guitarra. En Villa Francisca era la más asediada e inteligente del barrio. Cuenta mi mama que los hombres se peleaban por ella. Se casó con el más bribón del sector. Él era bien celoso, y por eso ella tuvo que dejar los estudios y pasar a ser una mantenida, como le ha pasado y le sigue pasando a muchas de nosotras.

Cuando al esposo de Yocasta le dieron la residencia por medio de su padre, ella tuvo que quedarse en Santo Domingo hasta que él pudiera también llevarla a Nueva York, con un bebe recién nacido. Efectivamente, así lo hizo pero al llegar a esta metrópoli, Yocasta se encontró con la sorpresa de que él ya tenía otra mujer. Una Boricua mayor que él, con la cual sigue unido en la actualidad.

Yocasta no tuvo otra opción que buscar refugio en casa de su prima Altagracia. Sin saberlo, se metió en la boca del lobo porque en el edificio en donde vivía su prima vendían drogas. Ahí fue donde terminó conociendo a Montana. Su luna de miel duró casi nada. Al poco tiempo Montana cayó preso, dejándola embarazada. Por eso, con la libertad de él, ella también se libera de los barrotes imaginarios en los cuales se ha encerrado por todo este tiempo. Aunque ahora están juntos, ya nada es igual. Yocasta jamás imaginó que el americano se convertiría en su mayor pesadilla.

Por: Yini Rodríguez
Editado por: René Rodríguez Soriano
Todos los derechos reservados

domingo, 31 de agosto de 2014

Sobre mi nacimiento


Nací un primero de septiembre de 1973 en el hospital de maternidad Nuestra Señora de la Altagracia. Pese 9¾ con 21 de largo. La hora exacta no está registrada pero dice mi madre que la entraron al quirófano a las 9am y ya a la 10am había dado a luz, con cesárea. Cuando mi mamá salió embarazada, vivía en la calle Salcedo #57; esquina Abreu, parte atrás, en San Carlos. Dice que habían dos viviendas: la de ella y la de doña Florinda; la mamá de Alberto Támares, según mi mamá, un locutor y narrador de Lucha Libre en los tiempos de Jack Veneno (inmediatamente asocio ese nombre con el Forty Malt, que de niña tanto me gustaba). En la Abreu también vivía la mamá del Zafiro, a quien mi madre le alquilaba libros, por dos centavos cada uno; entre ellos la pequeña Lulú, Archie y también las novelas de amor de Corín Tellado. A diario mi mamá arrendaba tres paquitos y una novela. El Zafiro, para ese entonces, tenía alrededor de 12 años. Él se hizo bien amiguito de mi mamá y me tomó mucho cariño. Me cuenta mi madre que cuando nací ella pensó que iba a tener bastante pelo porque durante el embarazo le daban muchos hervores. Ella se sorprendió al ver a una caco pelado. Además, también tenía una narizota. Esto la desconcertó ya que mantenía las esperanzas de que mis rasgos físicos fueran parecidos a los de ella, disque, para adelantar la raza. Me comenta que todas las noches me sobaba la nariz con cebo de Flandes; método que aprendió de su abuela. ¿Quién sabe si fue debido a esa sobadera que toda mi vida he respirado con dificultad? Para colmo, mi hermano, ya yo más grandecita, jugaba conmigo tapándome la cara con una almohada para aguantarme la respiración. Esto me desesperaba ya que pensaba que iba a morir de asfixia. Recordar esas imágenes todavía me causa terror. Mi mamá me tapaba las fosas nasales para afinarme la nariz. Lo de mi hermano, en cambio, eran travesuras de niño, aunque debo admitir que él era bien maldadoso y gozaba cuando me veía sufrir. ¡Pobre hermano mío, donde quiera que estés deseo que descanses en paz! Para esa época mi papá trabajaba en Casen; una fábrica de ropa interior y telas. Dicha fábrica primero estaba en la calle José Martí y luego la trasladaron para Herrera. Ellos se conocieron en 1970. Mi mamá llevaba un año divorciada y tenía a mi hermano, ya con un año de edad. Cuando mi madre se divorció de su primer esposo, quien fuese trombonista de Juan Luis Guerra, ella retornó a la casa de sus abuelos paterno, en donde ella se crio desde que era una bebe. Esa casa estaba en la calle Caracas #58 frente a la escuela Julia Molina (actualmente escuela Republica del Uruguay) en el sector de Villa Francisca. A pocas cuadras vivía mi papá en un patio en la Barahona #73; con esquina Juana Saltitopa. Como olvidar ese patio, con su zanja estrecha y hedor a cloaca cuando no lo limpiaban apropiadamente. Es increíble que ya después de adulta y viviendo en Nueva York fue que supe quién era Juana: la generala que luchó junto a los Padres de la Patria durante la Restauración de Independencia en 1844.

Por: Yini Rodríguez
Todos los derechos reservados

domingo, 3 de agosto de 2014

COMO CAMBIAN LOS TIEMPOS



Por lo que veo en este mes he ido de una sorpresa en otra y cada una me  arrastra  al pasado en donde ya ha pasado más de dos décadas. El sábado, cuando salí de mi clase de yoga, en vez de tomar el tren 4, como acostumbro, decidí regresar en el 1. Ahí me llevé una sorpresa al encontrarme con alguien de mi pasado. ¡Qué tiempos! Cuántas mujeres vanidosas, incluyéndome a mí, aunque para ir de compras solamente conocíamos San Nicholas y la calle 181, Fordham Road, y la 3ra Avenida. Los pantalones en boga eran los Edwin, Pepe y Parasucos. Recuerdo que muchas de ellas tenían todos los colores de los Edwin. Hasta a mí luego me dio una fiebre de esos benditos maones.

Para ese entonces había una chica en particular, que no era vista con buenos ojos, por lo engreída que era. Era tanto así, que la apodaron “La Virá”. Oh, sí, esa boricua cogía una postura del carajo cuando caminaba. Pienso que todavía camina así pero lamentablemente ya su carnaval pasó y de qué manera. Este sábado me encontré con ella en el tren. Por segundos me quedé estupefacta, pero luego me acerqué y la saludé con un beso en la mejilla. Pueden creer que, disimuladamente, ésta se limpió el cachete. En  realidad, ella y yo nunca fuimos amigas, pero ella era la querida del padrino de mi hermanita y alternábamos, aunque no quisiéramos porque estabamos en el mismo ambiente. Ariel, el padrino de mi hermana, era dueño de un punto de drogas en el edificio en donde yo vivía con mi madre. 

Al yo estar en paz conmigo misma también lo estoy con los demás por lo que fui simpática con ella cuando nos encontramos y la saludé con alegría. Conversamos por unos cuantos minutos, y en su cara podía notar su incomodidad. Es como si la hubiese agarrado fuera de base. Ahora está gordita, con una papada que le llega casi al pecho. Los gestos de su cara no son agradables porque ésta hace unas muecas como que todo le hiede y nada le huele. Su sonrisa es plástica y el piquito de la boca lo mueve de un lado a lado con despotismo. Tal vez no se sentía a gusto en mi presencia. En su tiempo, ella fue un monumento de mujer. Tenía un cuerpo esbelto y un garbo al caminar. 

En pocos minutos me enteré por boca de ella que de querida pasó a ser la mujer y ahora vive en San Francisco de Macorís con Ariel. En todos estos años no ha hecho nada con su vida. Es un merengue sin letras; no dice nada, no dice nada. Anyway,  me preguntó si había tenido más hijos. Le contesté, que no. Ella, en cambio, tuvo tres hijos. Su primogénito le salió con autismo y retraso mental. Lo triste del caso es que cuando el niño era pequeño lo llevó a vivir a San Francisco y nunca le dieron el tratamiento adecuado. En vez de mejorar el chico fue de mal en peor. Allá andaba como un animal salvaje en la finca de su papá. Muchas veces encontraron al chico metiendo su mano por el trasero de las vacas. Llegó un momento en que no pudieron lidiar más con él y lo trajeron de vuelta a los Estados Unidos y actualmente está ingresado en un hospital para jóvenes con problemas de esa índole. Ella es el único pariente que lo visita cuando viaja a Nueva York dos veces al año.
 
Al llegar a su parada, la Virá se despidió apresuradamente, sin mirar atrás. Seguí ensimismada en mis pensamientos pensando en ese pasado, porque precisamente hoy me llamó mi comadre, que también pertenece a toda esa cofradía ya que su esposo es hermano de Ariel. Para ese entonces mi comadre trabajaba para Ariel de alarmera y mi compadre era quien llevaba a los clientes al apartamento. Por suerte ambos fueron astutos y se retiraron a tiempo porque si no se hubiesen jodido como los demás. Luego, ellos se fueron a vivir a otro estado, en donde ya tienen casa propia y además son dueños de una bodega. Ellos se preocuparon de darles a sus hijos un buen ambiente y una buena educación. Este año la hija mayor se gradúa de la universidad con una licenciatura en sociología y el varón, quien es mi ahijado, está estudiando cinematografía.

Pero, no todos recapacitan a tiempo. Para muestra está el caso de “La Virá”, que ha sabido ser más mujer que madre. ¡Uy!, y de esas hay montones. Pregúntenme a mí, que yo sí conozco muchas así. Como tenía bastante tiempo que no hablaba con mi comadre aproveché para preguntarle sobre su sobrina Carolina; una gran amiga mía, pero hace varios años que no nos comunicamos. Entre su vida y la mía se ha ido creando un abismo que ya casi ni podemos tener un tema de conversación sin que ella no esté a la defensiva. Carolina es una joven bonita y con estilo para vestir. A ella le negaron la residencia y vive en este país a la sombra. No estudia. No trabaja. Tampoco hace absolutamente nada para cambiar su entorno. Ella solo ahorra dinero para un futuro incierto. 

Mientras tanto, Carolina vive una vida muy limitada cuidando a su hija y no sale porque al marido no le gusta. La pobrecita es la querida del marido de la prima. Ambas son enemigas, pero ninguna de las dos quiere tirar la toalla. Se acostumbraron a la easy life y prefieren tener a un hombre que se encargue de pagar todas las cuentas en la casa. Qué pena, no les gusta bajar el lomo, pero al final de la jornada lo que bajan es la moral y la dignidad, ya que al ser mantenidas no hacen nada por sus vidas y viven humilladas por un hombre que no ha sabido respetar a ninguna de las dos.

Pensar que así también vivía yo. Coño, que bueno que desperté a tiempo, porque en esas condiciones mi vida sería muy triste y depresiva. Es increíble cómo el ser humano se deteriora. La gente se confunde. Una cosa es avejentar con dignidad, llevando una vida saludable y sintiéndose bien con los años y otra es descojonarse porque dejan de crecer como individuos. Pero, nadie aprende en cabeza ajena. 

Al llegar a mi destino, caminé despacio, no solo por el cansancio de la clase de yoga, sino porque también en mis pensamientos había muchas imágenes de un pasado turbio que no puedo cambiar.
 
Por: Yini Rodríguez
Todos los derechos reservados

domingo, 22 de junio de 2014

Desorden Alimenticio


Su desorden alimenticio comenzó durante los primeros meses de su embarazo. Para ese entonces Adriana tenía 16 años de edad. Su cuerpo era esbelto y sólo pesaba 128 libras. Ella se sentía orgullosa de su imagen; especialmente de sus senos. Los hombres latinoamericanos, usualmente, elogian a las mujeres cuando tienen el cuerpo bien definido. En vista de esto, muchas mujeres hispanas se ocupan más de la apariencia física, que de nutrir el intelecto. Por consiguiente, el cuerpo de Barbie pasa a ser el modelo ideal, que muchas de ellas quisieran tener. Adriana no fue la excepción.

Anterior a su embarazo la alimentación de Adriana era normal. Ahora bien, en el momento en que supo que esperaba un hijo comenzó a comer desenfrenadamente creyendo que la cantidad que ingiriese no la engordaría a ella sino más bien al bebé que crecía dentro de su vientre. Así que, a partir de ese momento, su pareja empezó a complacerla en todos sus antojos. En un día podía comer hasta siete veces. Por ejemplo, de desayuno, o mejor dicho almuerzo, ya que no trabajaba, y se levantaba a eso del mediodía, Adriana comía un sándwich de jamón y queso, y un vaso de jugo de naranja con leche evaporada; el famoso morir soñando en República Dominicana.

En el mismo edificio en donde vivía Adriana su prima vendía comida para los jodedores “drug dealers,” que trabajaban en los puntos de drogas. La pareja de Adriana trabajaba en dicho lugar. Pues bien, a su prima le pedía una orden de mangú con los tres golpes: queso, salami y huevos fritos; con una tajada de aguacate. Después de comer en casa de su prima, Adriana iba a visitar a su madre, quien vivía a una sola cuadra de distancia. Su madre siempre ha sido una excelente cocinera y es difícil rechazar su comida, aun cuando uno no tenga hambre. Si Adriana no comía la comida de su madre ésta se ponía celosa. Sin más ni más, Adriana volvía a comer cuando ni siquiera habían pasado tres horas de haber comido en casa de su prima.

De ninguna manera Adriana pensaba que iba a engordar, puesto que al principio de su embarazo vomitaba todo lo que consumía. Cuando regresaba a su apartamento, luego de haber almorzado en casa de su mamá, tenía que cocinar para su marido y sus secuaces. Como él trabajaba de seis a dos de la madrugada éste prefería comer alrededor de las ocho. En su casa también volvía a comer lo que preparaba. Pero aquí no termina la cosa, ya que cuando su pareja terminaba de trabajar se iban de parranda a cualquier restaurante que tocase música típica dominicana. En el restaurante Adriana ordenaba comida, ya fuese carne frita con maduros o camarones enchilados con tostones. Luego, pedía una limonada con bastante azúcar.

¡Dios mío, cuánta comida le entraba Adriana a su estómago! Literalmente parecía como una perra hambrienta o una mendiga desesperada. Adriana comía demasiado pero, de alguna manera, no saciaba su hambre. Era como si quisiese llenar un vacío que en ese momento ella no era capaz de entender. Ya para entonces no vomitaba. Poco a  poco se fue inflando. Cuando cumplió los 9 meses, pesaba 102 libras por encima de su peso normal. La joven de 128 libras pasó a ser una ilusión; como un recuerdo fugaz. Adriana se miraba al espejo y le daba grima ver su cuerpo desproporcionado. Sin embargo, ella se consolaba al pensar que todas esas libras desaparecerían tan pronto ella diera a luz a su bebé. Pensaba que su cuerpo volvería a ser el mismo de antes. Pero, desafortunadamente, no sucedieron así las cosas. El bajar de peso se hizo bastante difícil para Adriana.

¿Pero cómo perder peso si Adriana no hacía ejercicios ni tampoco llevaba un ritmo de alimentación saludable? Ella, en cambio, buscó el camino fácil. Adriana comenzó a tomar pastillas para perder peso. Además, aun después de su embarazo, Adriana continuaba comiendo exageradamente. Cuando esto sucedía, ella tomaba laxantes y pasaba parte de la noche pegada al inodoro con diarrea. Fueron muchas dietas las que Adriana trató para controlar el apetito. Finalmente encontró a un doctor cubano, quien tenía su oficina en Washington Heights, en el alto Manhattan. El doctor Pérez era la sensación del momento, ya que las pastillas que éste recetaba sí funcionaban y sus pacientes podían perder hasta diez libras por semana. Adriana recuerda que este doctor recetaba tres pastillas: una para quitar el hambre, otra para eliminar agua del cuerpo, y la última era de potasio. Además, también ponía una inyección de vitamina B12.

Con ese tratamiento bajó más de 63 libras. Estaba feliz porque finalmente volvería a su peso anterior. Sin embargo, en el momento en que perdió todas esas libras, se encontró con un nuevo dilema. Su piel estaba flácida. Sus senos, los cuales admiraba tanto, ahora estaban llenos de estrías. Su barriga, por otro lado, con las estrías y lo blandita que estaba, parecía una gelatina llena de lombrices. Para esta época su desorden alimenticio se aplacó bastante. Es más, Adriana cree que dicho desorden se desató no por su embarazo sino más bien por el estilo de vida que le tocó vivir con el papá de su único hijo. Antes de vivir en dicho lugar, Adriana era una chica común y corriente; con muchos sueños e ilusiones. Con apenas 14 años se vio expuesta a una comunidad en donde la droga y la delincuencia estaban contagiando a la gran mayoría de sus residentes. Sin darse cuenta, ella también se fue involucrando en ese ambiente tan denigrante. Quería llevar el ritmo de vida que veía en las demás mujeres que estaban a su alrededor.


Adriana quería un tipo de vida desahogada. Ahora piensa que se enamoró del papá de su hijo por las cosas materiales que él podría darle. Aunque tenía comodidad y desenvolvimiento económico, Adriana no era feliz, puesto que esa no era la calidad de vida que había proyectado para ella ni su hijo. Pero, con apenas 16 años, qué iba a saber una chica de esas cosas. Aparentemente Adriana estaba contenta, pero en el fondo de su corazón había un inmenso vacío. Era como si ella quisiese echar el tiempo atrás y estar nuevamente en la escuela recibiendo una educación. Por suerte, esa relación fracasó. El papá de su hijo resultó ser un polígamo con mujeres por doquier y procreando hijos, que no llevarían su apellido pero que tampoco les proveería ayuda económica. Su hijo no fue la excepción ya que su papá no hizo lo uno ni lo otro. Aunque la relación fue corta, el daño ya estaba hecho porque Adriana ya no era la jovencita inocente que alguna vez se sintiese feliz con su vida.

Adriana regresó a vivir con su madre, y con gran ilusión comenzó una vida normal, sin embargo, le tomó bastante tiempo reencontrarse consigo misma. Con respecto a la comida, Adriana ya no se excedía tanto. El problema era que ella no hacia ejercicio para tonificar su cuerpo. Es cierto que perdió todas esas libras que tenía de más, pero ahora lo que le inquietaba era cómo lucía su cuerpo. Los atributos, que según ella, la hacían lucir bonita pasaron a  ser su mayor complejo. Ya sus senos y su barriga estaban llenos de estrías como Janet en “Memorias de un Hombre Solo” de Luis R. Santos Lora. Su enfoque en ese momento era resolver ese asunto lo más pronto posible. Adriana sentía pavor al pensar que un hombre fuese a ver su cuerpo desnudo. ¿Pero no se supone que  el cuerpo de una mujer cambia después que tiene un hijo? ¿Porque solo se enfocaba en la belleza física? Por su ignorancia no se percataba que detrás de esa chica fuerte estaba escondida la niña tímida e insegura que había emigrado a Nueva York a la edad de 12 años. Al llegar a esta ciudad, el choque de culturas y el no hablar inglés desarrolló en Adriana inseguridad y baja autoestima. 

Mirando al pasado se podría decir que fue entre los doce y dieciséis años cuando Adriana perdió su identidad. Ella actuaba acorde a los falsos valores, conceptos y prejuicios de la gente a su alrededor. Este tipo de gente no valoraba la educación ni la cultura. Trabajar ilegalmente y vivir de las apariencias era su mayor prioridad, ya que, desafortunadamente, no conocían otro estilo de vida. La comida fue el refugio de Adriana para obviar ese ambiente ensombrecido en donde la gente vivía sin un propósito. 



Por: Yini Rodríguez
Editado por: Luis R. Santos Lora
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