Se abre la caja de Pandora para vomitar lo que ha sido un pasado funesto. Resucitan los muertos y sus almas andan en pena. ¿Por qué tener miedo? Analizar el pasado puede ser una aventura excitante. Los muertos nos hacen recordar que vivimos en un mundo prestado y que, los fantasmas solo están en nuestras mentes. Lo importante es poder mirar en retrospectiva para ver quiénes somos en el presente, ya que aquél que vive de lo que fue, se va aniquilando como ser humano porque deja de crecer en el ahora para vivir aferrado a una vida que solo existe en su mente.
Algunos sucesos de la actualidad me trasladan a
otra época, donde viví mucha convulsión. Hace dos semanas, me llama mi prima
Yocasta para decirme que a su marido Montana lo deportaron a República
Dominicana, después de haber pasado 18 años en prisión.
¿Muchos años, verdad? Wao, esa noticia me dio mucha
alegría, por los dos. Ella también se había encerrado en una prisión, pero
imaginaria.
Sucede que, cuando a él lo arrestaron, ella se
aisló del mundo, y dejó de tener una vida. Del trabajo a la casa y viceversa; ni
televisión veía. Su único refugio han sido los santos, y unos cuantos vecinos
que no salen de su casa bebiendo café y bochincheando la misma mierda todo el
tiempo. Su puerta vive abierta como la Puerta del Conde. Vecinos vienen y van.
Algunas veces, ella cuela café más de cinco veces, como si estuvieran velando a
un muerto. Todos los días, antes de irse al trabajo, tiene que rezar casi dos
horas. Yo no me meto con las creencias de nadie. Cada quien que haga lo que le
plazca. Pero, cómo es posible que un ser humano gaste su energía en algo que no
le da productividad, mientras el mundo se le desmorona alrededor… Su estuche de
apartamento vive con un reguero del carajo.
Se podría decir que la pobrecita ha desarrollado el Síndrome de Diógenes. En su casa tiene un montón de porquería acumulada. Vive con sus dos hijos en un apartamento de una habitación. El mismo apartamento en donde vivía con su marido antes de que éste fuera arrestado en el 95. Nunca se mudó. Le dieron una Sesión ocho y la dejó perder. Al hijo varón, ya con 28 años, lo puso a dormir en una camita en la sala. A su hija, actualmente 18, le tocó con ella, en la misma cama en su habitación. En la cocina tiene su altar con todos los santos habidos y por haber. Su casa, si acaso, dura limpia un par de días pero luego vuelve a un desorden total. En su cocina, además del altar, también tiene miles y miles de cartas, que nunca se ha tomado la molestia de abrir en muchos años, regadas por doquier. Los closets, cuando los abre, se le viene un army encima. Tiene ropa con cojones, que ha ido acumulando en bolsas dizque para mandárselas a su madre.
Yocasta, antes de que su marido fuera arrestado,
era un cromo de mujer, con un cuerpo voluptuoso de guitarra. En Villa Francisca
era la más asediada e inteligente del barrio. Cuenta mi mama que los hombres se
peleaban por ella. Se casó con el más bribón del sector. Él era bien celoso, y
por eso ella tuvo que dejar los estudios y pasar a ser una mantenida, como le
ha pasado y le sigue pasando a muchas de nosotras.
Cuando al esposo de Yocasta le dieron la residencia
por medio de su padre, ella tuvo que quedarse en Santo Domingo hasta que él
pudiera también llevarla a Nueva York, con un bebe recién nacido.
Efectivamente, así lo hizo pero al llegar a esta metrópoli, Yocasta se encontró
con la sorpresa de que él ya tenía otra mujer. Una Boricua mayor que él, con la
cual sigue unido en la actualidad.
Yocasta no tuvo otra opción que buscar refugio en
casa de su prima Altagracia. Sin saberlo, se metió en la boca del lobo porque
en el edificio en donde vivía su prima vendían drogas. Ahí fue donde terminó
conociendo a Montana. Su luna de miel duró casi nada. Al poco tiempo Montana
cayó preso, dejándola embarazada. Por eso, con la libertad de él, ella también
se libera de los barrotes imaginarios en los cuales se ha encerrado por todo
este tiempo. Aunque ahora están juntos, ya nada es igual. Yocasta jamás imaginó
que el americano se convertiría en su mayor pesadilla.
Por: Yini Rodríguez
Editado por: René Rodríguez Soriano
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