Su desorden alimenticio comenzó durante
los primeros meses de su embarazo. Para ese entonces Adriana tenía 16 años de
edad. Su cuerpo era esbelto y sólo pesaba 128 libras. Ella se sentía orgullosa
de su imagen; especialmente de sus senos. Los hombres latinoamericanos,
usualmente, elogian a las mujeres cuando tienen el cuerpo bien definido. En
vista de esto, muchas mujeres hispanas se ocupan más de la apariencia física,
que de nutrir el intelecto. Por consiguiente, el cuerpo de Barbie pasa a ser el
modelo ideal, que muchas de ellas quisieran tener. Adriana no fue la excepción.
Anterior a su embarazo la alimentación
de Adriana era normal. Ahora bien, en el momento en que supo que esperaba un
hijo comenzó a comer desenfrenadamente creyendo que la cantidad que ingiriese
no la engordaría a ella sino más bien al bebé que crecía dentro de su vientre.
Así que, a partir de ese momento, su pareja empezó a complacerla en todos sus
antojos. En un día podía comer hasta siete veces. Por ejemplo, de desayuno, o
mejor dicho almuerzo, ya que no trabajaba, y se levantaba a eso del mediodía, Adriana
comía un sándwich de jamón y queso, y un vaso de jugo de naranja con leche
evaporada; el famoso morir soñando en República Dominicana.
En el mismo edificio en donde vivía
Adriana su prima vendía comida para los jodedores “drug dealers,” que
trabajaban en los puntos de drogas. La pareja de Adriana trabajaba en dicho
lugar. Pues bien, a su prima le pedía una orden de mangú con los tres golpes:
queso, salami y huevos fritos; con una tajada de aguacate. Después de comer en
casa de su prima, Adriana iba a visitar a su madre, quien vivía a una sola
cuadra de distancia. Su madre siempre ha sido una excelente cocinera y es
difícil rechazar su comida, aun cuando uno no tenga hambre. Si Adriana no comía
la comida de su madre ésta se ponía celosa. Sin más ni más, Adriana volvía a
comer cuando ni siquiera habían pasado tres horas de haber comido en casa de su
prima.
De ninguna manera Adriana pensaba que
iba a engordar, puesto que al principio de su embarazo vomitaba todo lo que
consumía. Cuando regresaba a su apartamento, luego de haber almorzado en casa
de su mamá, tenía que cocinar para su marido y sus secuaces. Como él trabajaba
de seis a dos de la madrugada éste prefería comer alrededor de las ocho. En su
casa también volvía a comer lo que preparaba. Pero aquí no termina la cosa, ya
que cuando su pareja terminaba de trabajar se iban de parranda a cualquier
restaurante que tocase música típica dominicana. En el restaurante Adriana
ordenaba comida, ya fuese carne frita con maduros o camarones enchilados con
tostones. Luego, pedía una limonada con bastante azúcar.
¡Dios mío, cuánta comida le entraba Adriana
a su estómago! Literalmente parecía como una perra hambrienta o una mendiga
desesperada. Adriana comía demasiado pero, de alguna manera, no saciaba su
hambre. Era como si quisiese llenar un vacío que en ese momento ella no era
capaz de entender. Ya para entonces no vomitaba. Poco a poco se fue inflando. Cuando cumplió los 9
meses, pesaba 102 libras por encima de su peso normal. La joven de 128 libras
pasó a ser una ilusión; como un recuerdo fugaz. Adriana se miraba al espejo y le
daba grima ver su cuerpo desproporcionado. Sin embargo, ella se consolaba al
pensar que todas esas libras desaparecerían tan pronto ella diera a luz a su
bebé. Pensaba que su cuerpo volvería a ser el mismo de antes. Pero,
desafortunadamente, no sucedieron así las cosas. El bajar de peso se hizo
bastante difícil para Adriana.
¿Pero cómo perder peso si Adriana no
hacía ejercicios ni tampoco llevaba un ritmo de alimentación saludable? Ella,
en cambio, buscó el camino fácil. Adriana comenzó a tomar pastillas para perder
peso. Además, aun después de su embarazo, Adriana continuaba comiendo
exageradamente. Cuando esto sucedía, ella tomaba laxantes y pasaba parte de la
noche pegada al inodoro con diarrea. Fueron muchas dietas las que Adriana trató
para controlar el apetito. Finalmente encontró a un doctor cubano, quien tenía
su oficina en Washington Heights, en el alto Manhattan. El doctor Pérez era la
sensación del momento, ya que las pastillas que éste recetaba sí funcionaban y sus
pacientes podían perder hasta diez libras por semana. Adriana recuerda que este
doctor recetaba tres pastillas: una para quitar el hambre, otra para eliminar
agua del cuerpo, y la última era de potasio. Además, también ponía una
inyección de vitamina B12.
Con ese tratamiento bajó más de 63
libras. Estaba feliz porque finalmente volvería a su peso anterior. Sin embargo,
en el momento en que perdió todas esas libras, se encontró con un nuevo dilema.
Su piel estaba flácida. Sus senos, los cuales admiraba tanto, ahora estaban
llenos de estrías. Su barriga, por otro lado, con las estrías y lo blandita que
estaba, parecía una gelatina llena de lombrices. Para esta época su desorden
alimenticio se aplacó bastante. Es más, Adriana cree que dicho desorden se
desató no por su embarazo sino más bien por el estilo de vida que le tocó vivir
con el papá de su único hijo. Antes de vivir en dicho lugar, Adriana
era una chica común y corriente; con muchos sueños e ilusiones. Con apenas 14
años se vio expuesta a una comunidad en donde la droga y la delincuencia
estaban contagiando a la gran mayoría de sus residentes. Sin darse cuenta, ella
también se fue involucrando en ese ambiente tan denigrante. Quería llevar el
ritmo de vida que veía en las demás mujeres que estaban a su alrededor.
Adriana quería un tipo de vida desahogada.
Ahora piensa que se enamoró del papá de su hijo por las cosas materiales que él
podría darle. Aunque tenía comodidad y desenvolvimiento económico, Adriana no
era feliz, puesto que esa no era la calidad de vida que había proyectado para ella
ni su hijo. Pero, con apenas 16 años, qué iba a saber una chica de esas cosas.
Aparentemente Adriana estaba contenta, pero en el fondo de su corazón había un inmenso
vacío. Era como si ella quisiese echar el tiempo atrás y estar nuevamente en la
escuela recibiendo una educación. Por suerte, esa relación fracasó. El papá de su
hijo resultó ser un polígamo con mujeres por doquier y procreando hijos, que no
llevarían su apellido pero que tampoco les proveería ayuda económica. Su hijo
no fue la excepción ya que su papá no hizo lo uno ni lo otro. Aunque la
relación fue corta, el daño ya estaba hecho porque Adriana ya no era la
jovencita inocente que alguna vez se sintiese feliz con su vida.
Adriana regresó a vivir con su madre,
y con gran ilusión comenzó una vida normal, sin embargo, le tomó bastante
tiempo reencontrarse consigo misma. Con respecto a la comida, Adriana ya no se
excedía tanto. El problema era que ella no hacia ejercicio para tonificar su
cuerpo. Es cierto que perdió todas esas libras que tenía de más, pero ahora lo
que le inquietaba era cómo lucía su cuerpo. Los atributos, que según ella, la
hacían lucir bonita pasaron a ser su mayor
complejo. Ya sus senos y su barriga estaban llenos de estrías como Janet en
“Memorias de un Hombre Solo” de Luis R. Santos Lora. Su enfoque en ese momento era
resolver ese asunto lo más pronto posible. Adriana sentía pavor al pensar que
un hombre fuese a ver su cuerpo desnudo. ¿Pero no se supone que el cuerpo de una mujer cambia después que
tiene un hijo? ¿Porque solo se enfocaba en la belleza física? Por su ignorancia
no se percataba que detrás de esa chica fuerte estaba escondida la niña tímida
e insegura que había emigrado a Nueva York a la edad de 12 años. Al llegar a
esta ciudad, el choque de culturas y el no hablar inglés desarrolló en Adriana
inseguridad y baja autoestima.
Mirando al pasado se podría decir que fue
entre los doce y dieciséis años cuando Adriana perdió su identidad. Ella actuaba
acorde a los falsos valores, conceptos y prejuicios de la gente a su alrededor.
Este tipo de gente no valoraba la educación ni la cultura. Trabajar ilegalmente
y vivir de las apariencias era su mayor prioridad, ya que, desafortunadamente,
no conocían otro estilo de vida. La comida fue el refugio de Adriana para
obviar ese ambiente ensombrecido en donde la gente vivía sin un propósito.
Por: Yini Rodríguez
Editado por: Luis R. Santos Lora
Todos los derechos reservados
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