domingo, 3 de agosto de 2014

COMO CAMBIAN LOS TIEMPOS



Por lo que veo en este mes he ido de una sorpresa en otra y cada una me  arrastra  al pasado en donde ya ha pasado más de dos décadas. El sábado, cuando salí de mi clase de yoga, en vez de tomar el tren 4, como acostumbro, decidí regresar en el 1. Ahí me llevé una sorpresa al encontrarme con alguien de mi pasado. ¡Qué tiempos! Cuántas mujeres vanidosas, incluyéndome a mí, aunque para ir de compras solamente conocíamos San Nicholas y la calle 181, Fordham Road, y la 3ra Avenida. Los pantalones en boga eran los Edwin, Pepe y Parasucos. Recuerdo que muchas de ellas tenían todos los colores de los Edwin. Hasta a mí luego me dio una fiebre de esos benditos maones.

Para ese entonces había una chica en particular, que no era vista con buenos ojos, por lo engreída que era. Era tanto así, que la apodaron “La Virá”. Oh, sí, esa boricua cogía una postura del carajo cuando caminaba. Pienso que todavía camina así pero lamentablemente ya su carnaval pasó y de qué manera. Este sábado me encontré con ella en el tren. Por segundos me quedé estupefacta, pero luego me acerqué y la saludé con un beso en la mejilla. Pueden creer que, disimuladamente, ésta se limpió el cachete. En  realidad, ella y yo nunca fuimos amigas, pero ella era la querida del padrino de mi hermanita y alternábamos, aunque no quisiéramos porque estabamos en el mismo ambiente. Ariel, el padrino de mi hermana, era dueño de un punto de drogas en el edificio en donde yo vivía con mi madre. 

Al yo estar en paz conmigo misma también lo estoy con los demás por lo que fui simpática con ella cuando nos encontramos y la saludé con alegría. Conversamos por unos cuantos minutos, y en su cara podía notar su incomodidad. Es como si la hubiese agarrado fuera de base. Ahora está gordita, con una papada que le llega casi al pecho. Los gestos de su cara no son agradables porque ésta hace unas muecas como que todo le hiede y nada le huele. Su sonrisa es plástica y el piquito de la boca lo mueve de un lado a lado con despotismo. Tal vez no se sentía a gusto en mi presencia. En su tiempo, ella fue un monumento de mujer. Tenía un cuerpo esbelto y un garbo al caminar. 

En pocos minutos me enteré por boca de ella que de querida pasó a ser la mujer y ahora vive en San Francisco de Macorís con Ariel. En todos estos años no ha hecho nada con su vida. Es un merengue sin letras; no dice nada, no dice nada. Anyway,  me preguntó si había tenido más hijos. Le contesté, que no. Ella, en cambio, tuvo tres hijos. Su primogénito le salió con autismo y retraso mental. Lo triste del caso es que cuando el niño era pequeño lo llevó a vivir a San Francisco y nunca le dieron el tratamiento adecuado. En vez de mejorar el chico fue de mal en peor. Allá andaba como un animal salvaje en la finca de su papá. Muchas veces encontraron al chico metiendo su mano por el trasero de las vacas. Llegó un momento en que no pudieron lidiar más con él y lo trajeron de vuelta a los Estados Unidos y actualmente está ingresado en un hospital para jóvenes con problemas de esa índole. Ella es el único pariente que lo visita cuando viaja a Nueva York dos veces al año.
 
Al llegar a su parada, la Virá se despidió apresuradamente, sin mirar atrás. Seguí ensimismada en mis pensamientos pensando en ese pasado, porque precisamente hoy me llamó mi comadre, que también pertenece a toda esa cofradía ya que su esposo es hermano de Ariel. Para ese entonces mi comadre trabajaba para Ariel de alarmera y mi compadre era quien llevaba a los clientes al apartamento. Por suerte ambos fueron astutos y se retiraron a tiempo porque si no se hubiesen jodido como los demás. Luego, ellos se fueron a vivir a otro estado, en donde ya tienen casa propia y además son dueños de una bodega. Ellos se preocuparon de darles a sus hijos un buen ambiente y una buena educación. Este año la hija mayor se gradúa de la universidad con una licenciatura en sociología y el varón, quien es mi ahijado, está estudiando cinematografía.

Pero, no todos recapacitan a tiempo. Para muestra está el caso de “La Virá”, que ha sabido ser más mujer que madre. ¡Uy!, y de esas hay montones. Pregúntenme a mí, que yo sí conozco muchas así. Como tenía bastante tiempo que no hablaba con mi comadre aproveché para preguntarle sobre su sobrina Carolina; una gran amiga mía, pero hace varios años que no nos comunicamos. Entre su vida y la mía se ha ido creando un abismo que ya casi ni podemos tener un tema de conversación sin que ella no esté a la defensiva. Carolina es una joven bonita y con estilo para vestir. A ella le negaron la residencia y vive en este país a la sombra. No estudia. No trabaja. Tampoco hace absolutamente nada para cambiar su entorno. Ella solo ahorra dinero para un futuro incierto. 

Mientras tanto, Carolina vive una vida muy limitada cuidando a su hija y no sale porque al marido no le gusta. La pobrecita es la querida del marido de la prima. Ambas son enemigas, pero ninguna de las dos quiere tirar la toalla. Se acostumbraron a la easy life y prefieren tener a un hombre que se encargue de pagar todas las cuentas en la casa. Qué pena, no les gusta bajar el lomo, pero al final de la jornada lo que bajan es la moral y la dignidad, ya que al ser mantenidas no hacen nada por sus vidas y viven humilladas por un hombre que no ha sabido respetar a ninguna de las dos.

Pensar que así también vivía yo. Coño, que bueno que desperté a tiempo, porque en esas condiciones mi vida sería muy triste y depresiva. Es increíble cómo el ser humano se deteriora. La gente se confunde. Una cosa es avejentar con dignidad, llevando una vida saludable y sintiéndose bien con los años y otra es descojonarse porque dejan de crecer como individuos. Pero, nadie aprende en cabeza ajena. 

Al llegar a mi destino, caminé despacio, no solo por el cansancio de la clase de yoga, sino porque también en mis pensamientos había muchas imágenes de un pasado turbio que no puedo cambiar.
 
Por: Yini Rodríguez
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