lunes, 21 de noviembre de 2016

La Cenicienta

En el 2013 le vendí mi cartera Louis Vuitton a mi mejor amiga, para que así ella se descontara la deuda pendiente de nuestro primer viaje a Europa, en cuya ocasión visitamos 8 países y 23 ciudades. ¡Qué buena idea venderle la cartera y el monedero por 1000 dólares! En la navidad del 2009 gasté alrededor de 2,350, con los impuestos. Admito que era una persona presumida pero, más que presumida, yo diría que ignorante. Muchas veces, las personas de pocos recursos prefieren tener las cuentas atrasadas y andar con artículos costosos para echarle vaina al otro. Por suerte, ese ya no es mi caso, al contrario, siento que he ido de un extremo a otro y ahora hasta compro ropa usada en los Good Will/thrift shops. Sin embargo, siempre he dicho que no son buenos los extremos y tal vez ya sea hora de buscar un equilibrio.

¿Has pensado alguna vez si te gustaría ser un personaje de los cuentos de hadas? ¿Cuál sería el tuyo y por qué? A mí me hubiese gustado ser Blanca Nieves; en cambio, me ha tocado personificar a Cenicienta, no en un cuento, sino más bien literalmente. Cada año a octubre lo cubre un colorido follaje y a partir de este mes se llevan a cabo muchísimas actividades, en las cuales hay que vestirse de gala. No soy avara pero en la actualidad me niego a gastar cientos de dólares comprando vestidos que solamente me pondré en una sola ocasión. Antes era una compradora impulsiva, por lo que gastaba mucha plata comprando ropa, carteras y accesorios de diseñadores, que sólo por la marca, te quitan un ojo y la mitad del otro. Decidí que mi dinero lo invertiría en viajes y poco a poco fui dejando de comprar cosas caras. 

Puesto que ya no invierto en mi vestimenta, en mi armario nada más tengo viejos vestidos, y aquí entra el personaje de la Cenicienta. En esta ocasión, mi principal interés era asistir a la cena de gala, que celebra la fundación Lehman College anualmente, para recaudar fondos para becas universitarias. Pues bien, les comento que perdí la vergüenza y opté por acudir a mis amigas para que éstas actuaran como hadas madrinas. Mis problemas no se resolvieron a través de una varita mágica, sino por la generosidad de mis amigas, quienes contribuyeron a que yo me convirtiera en una maravillosa dama; vestida con hermosos trajes de piedras preciosas. Gustosamente ellas me prestaron vestidos, pañuelos, accesorios y carteras, porque ya había gastado alrededor de 350 dólares en boletas, y no estaba dispuesta a gastar un centavo más en trapos. 

Alguien recomendó que fuera a Macys a comprar varios trajes y que los usara con la etiqueta y que después los fuera a devolver. ¡Qué desfachatez la de algunas personas! Anyway, cada loco con su tema. En lo que a mí concierne, un día antes de la aclamada cena, ya estaba listo el vestuario. Mi jefa me prestó el vestido, los aretes, y el chal que va sobre los hombros. El bolso de mano lo facilitó mi supervisora y, la noche de la cena, mi amiga y colega, maquilló mi rostro y arregló mi pelo. Tres copas de Sauvignon Blanc calmaron mis nervios y comencé a disfrutar todo el espectáculo. Es como si en mi mente hubiese creado otra realidad, en donde hasta llegué a imaginar que era una princesa, en brazos del príncipe, bailando una dulce melodía.

Una lluvia brutal azota con rabia el pavimento. Un coat largo Oscar de la Renta cubre mi vestuario y con paraguas en mano me dirijo al salón de recepción del Jardín Botánico en el Bronx. A media luz, música instrumental, mesas altas, rostros alegres, sonrisas hipócritas, gente cuchichea aquí y allá, meseros se desplazan sirviendo bocadillos en una bandeja; yo, con la frente altiva, camino hacia el bar a buscar un trago. Ordeno un Cosmpolitan; observo para todos los lados; chequeo mi apariencia y siento que soy otra. Un hombre se acerca y pide un trago; me observa de arriba abajo y comenta que qué bello es mi traje. Me sorprende el comentario de ese pelón, puesto que jamás saluda a nadie, que tenga un título por debajo de él. Tal vez los tragos distorsionaron sus neuronas.

Vuelvo a imaginar que soy la Cenicienta y que dentro de poco llegará la medianoche y toda la ropa prestada desaparecerá y regresaré a mi casa solamente con los panties y mis tacones altos. 

Por: Yini Rodríguez 
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