martes, 3 de noviembre de 2020

Mi hermano Radhamés

No sé quién alfabetizó a mi hermano pero a mí fue doña Purruca en su casita en la Caracas 56; justo al lado de la escuela Uruguay, a la cual ambos asistimos. Aunque nos mudamos varias veces, seguimos en la misma escuela porque el trayecto no era tan lejos. Recuerdo una vez que vivimos en Villa Duarte. Mi mamá le daba a mi hermano el dinero del pasaje para cruzar el puente pero el muy sabio pedía “bolas” para así quedarse con el menudo. Una vez me envió con alguien en una pasola y el venía detrás en una camioneta. Luego de regreso, cruzábamos el puente. A esa distancia me aterrorizaba mirar el rio Ozama, ya que una vez me iba a ahogar en un rio. Además, la altura también me asustaba. 

Antes de llegar a la casa nos parábamos en donde una señora,  que vendía Habichuelas con dulce en frente de su casa. Con el dinero que se ahorraba del pasaje, compraba dos vasitos; uno para él y el otro para mí. Yo no podía decirle a Tata nada de esto si no mi hermano me daba mis cocotazos; y éstos sí que dolían. Además, me encantaban esas habichuelitas. Mi hermano era bien maldadoso y siempre me asustaba. Aparte de la escuela Uruguay, también asistimos a la escuela La Argentina. Ahí también mi hermano se la lucia y cuando bajábamos la calle Luperón el me agarraba del brazo y corría conmigo a millón. Coño, que sustos me hacía pasar. Mi adrenalina se disparaba a todo lo que da. Sentía mucho miedo pero creo que en el fondo lo disfrutaba.

Dicen que uno no sabe lo que tiene sino hasta que lo pierde. Pienso que así mismo es porque después que perdí a mi hermano fue que vine a darme cuenta lo importante que él era para mí. Hacen 23 años que se suicidó mi hermano Radhamés. Cuando sucedió esa desgracia, mi hijo Esteban tenía seis meses de nacido. Mi hermano era loco con él como si fuese suyo. Estaba yo preparándole la leche a Esteban cuando sonó el teléfono. Era Tata pero por sus llantos no entendía lo que trataba de decirme. Después de varios segundos, que pareció una eternidad, ella balbuceando me dijo que Radhamés se había dado un tiro en la cabeza. La trágica noticia me dejó tan desconcertada que solo atiné a tocar la puerta de mi vecina Rosa para que cuidara a mi hijo. Llegué en un santiamén al edificio en donde vivía Tata. Aunque todo pasó tan rápido, ya la policía estaba ahí y tenían el edificio bloqueado con cintas amarillas alrededor. Prácticamente tuve que hacer un show para que me dejaran subir. Imaginaba a mi madre al punto de la locura. Mientras subía las escaleras, miles de pensamientos perturbaban mi mente. Sin embargo, ningún pensamiento fue tan fuerte como la triste realidad. 

Yo pensaba  que iba a encontrar a mi hermano mal herido; es decir en un estado crítico. Pero que va, él ya tenía varias horas de muerto. Esa mañana recibió Tata la entrega de unos muebles que había comprado para llevar a la Republica Dominicana; a la casa que construyó con la ayuda de mi hermano. Coño, me dio tanto dolor cuando vi el rostro de Tata. Envejeció 20 años en solo unos instantes. El apartamento lleno de detectives y todos interrogándola. Cuando entré a la habitación, mi pobre hermano yacia inerte en su cama. Una sábana cubría mitad de su cuerpo y en su mano derecha estaba el revolver con el cual se había disparado en la cien. ¿Ay manito porque te quitaste la vida? Esa pérdida ha sido la más grande en mi vida. Aparentemente, él se mató en horas de la madrugada. Tata se dio cuenta cuando lo fue a despertar para que ayudara a la gente de la mueblería a acomodar los muebles en la sala. 

Los gritos ahogados de Tata, al salir de la habitación, friquiaron a los hombres de la mueblería. Éstos salieron del apartamento a la jon del diablo; dejando a Tata sumergida en la penumbra. Pero, ella no estaba sola. Ahí estaba también mi hermanita Jasmali de solamente cuatro años. Que horrible debió ser para ella ver a su hermano muerto. Llorando ella me decía: “Papa Dios se llevó a manito y ahora él está en el cielo con los angelitos”. Ojala; pensaba yo. Aunque, dicen que el que se suicida no sube al cielo. Cuanta vaina inventa la gente, señores. Pero, cada loco con su tema.

Pues bien, la perdida de Radhamés afectó a mi madre bastante. Es como si ella también hubiese muerto con él. Pienso que tal vez sí ya que desde ese entonces a Tata le recetan un paquetón de pastillas para la depresión. Su vida se ha ido deteriorando y no por la vejez sino porque ha dejado de sonar y fijarse metas. 

Radhamés fue quien le doy a Tata diez mil dólares para que ella se comprara un rancho. La pobre, como no la asesoraron bien, compró una mejora en la Zona Oriental; detrás de Inviviendas. Es decir “en donde el diablo tiró las diez voces y nadie lo escuchó” porque está lejos con cojones. La distancia no sería un problema sino fuese porque se hacen esos fucking tapones en donde ninguno de los conductores respeta las señales de tránsito. Además,  hay mucha maldita basura en el área y un gentío por doquier. Tú te paras en un colmado y no te escuchan por la música tan alta. Varios tiqueres jugando quintintin. Un par de cuerillitos meniando las nalgas a medida que chupan y gritan “hoy se bebe”. Ay, coño la vida la ven como un constante carnaval y por eso cada día viven más atrasados pero “el que por su gusto muere que a gloria le sepa la muerte.”

Bueno, analizando la situación pienso que la casa de Tata, después de la muerte de mi hermano, se convirtió en la casa de los muertos. Pero, de los muertos en vida. Las amistades de Tata son la mayoría gente depresiva. No tienen espíritu porque sus almas la han arropado de amargura, pesimismo y dolor. Los mártires de la película. Lástima que Tata no puede ver en que hoyo se ha metido. Yo deseo sacarla de esa arena movediza para que el brillo vuelva a sus ojos verdes.

Texto escrito en noviembre 2013.

-YARD