En el 2013 le
vendí mi cartera Louis Vuitton a mi mejor amiga, para que así ella se
descontara la deuda pendiente de nuestro primer viaje a Europa, en cuya ocasión
visitamos 8 países y 23 ciudades. ¡Qué buena idea venderle la cartera y el
monedero por 1000 dólares! En la navidad del 2009 gasté alrededor de 2,350, con
los impuestos. Admito que era una persona presumida pero, más que presumida, yo
diría que ignorante. Muchas veces, las personas de pocos recursos prefieren
tener las cuentas atrasadas y andar con artículos costosos para echarle vaina
al otro. Por suerte, ese ya no es mi caso, al contrario, siento que he ido de
un extremo a otro y ahora hasta compro ropa usada en los Good Will/thrift shops. Sin embargo, siempre he dicho que no son
buenos los extremos y tal vez ya sea hora de buscar un equilibrio.
¿Has pensado
alguna vez si te gustaría ser un personaje de los cuentos de hadas? ¿Cuál sería
el tuyo y por qué? A mí me hubiese gustado ser Blanca Nieves; en cambio,
me ha tocado personificar a Cenicienta, no en un cuento, sino más bien literalmente.
Cada año a octubre lo cubre un colorido follaje y a partir de este mes se
llevan a cabo muchísimas actividades, en las cuales hay que vestirse de gala. No
soy avara pero en la actualidad me niego a gastar cientos de dólares comprando
vestidos que solamente me pondré en una sola ocasión. Antes era una compradora
impulsiva, por lo que gastaba mucha plata comprando ropa, carteras y accesorios
de diseñadores, que sólo por la marca, te quitan un ojo y la mitad del otro.
Decidí que mi dinero lo invertiría en viajes y poco a poco fui dejando de
comprar cosas caras.
Puesto que ya
no invierto en mi vestimenta, en mi armario nada más tengo viejos vestidos, y
aquí entra el personaje de la Cenicienta. En esta ocasión, mi principal interés
era asistir a la cena de gala, que celebra la fundación Lehman College
anualmente, para recaudar fondos para becas universitarias. Pues bien, les
comento que perdí la vergüenza y opté por acudir a mis amigas para que éstas
actuaran como hadas madrinas. Mis problemas no se resolvieron a través de una
varita mágica, sino por la generosidad de mis amigas, quienes contribuyeron a
que yo me convirtiera en una maravillosa dama; vestida con hermosos trajes de
piedras preciosas. Gustosamente ellas me prestaron vestidos, pañuelos,
accesorios y carteras, porque ya había gastado alrededor de 350 dólares en
boletas, y no estaba dispuesta a gastar un centavo más en trapos.
Alguien
recomendó que fuera a Macys a comprar
varios trajes y que los usara con la etiqueta y que después los fuera a
devolver. ¡Qué desfachatez la de algunas personas! Anyway, cada loco con su
tema. En lo que a mí concierne, un día antes de la aclamada cena, ya estaba
listo el vestuario. Mi jefa me prestó el vestido, los aretes, y el chal que va sobre
los hombros. El bolso de mano lo facilitó mi supervisora y, la noche de la
cena, mi amiga y colega, maquilló mi rostro y arregló mi pelo. Tres copas de Sauvignon
Blanc calmaron mis nervios y comencé a disfrutar todo el espectáculo. Es como
si en mi mente hubiese creado otra realidad, en donde hasta llegué a imaginar
que era una princesa, en brazos del príncipe, bailando una dulce melodía.
Una lluvia
brutal azota con rabia el pavimento. Un coat
largo Oscar de la Renta cubre mi vestuario y con paraguas en mano me dirijo al
salón de recepción del Jardín Botánico en el Bronx. A media luz, música
instrumental, mesas altas, rostros alegres, sonrisas hipócritas, gente
cuchichea aquí y allá, meseros se desplazan sirviendo bocadillos en una
bandeja; yo, con la frente altiva, camino hacia el bar a buscar un trago.
Ordeno un Cosmpolitan; observo para todos
los lados; chequeo mi apariencia y siento que soy otra. Un hombre se acerca y
pide un trago; me observa de arriba abajo y comenta que qué bello es mi traje. Me
sorprende el comentario de ese pelón, puesto que jamás saluda a nadie, que
tenga un título por debajo de él. Tal vez los tragos distorsionaron sus
neuronas.
Por: Yini Rodríguez
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