La última vez que nos vimos comentó
que estaba al tanto de mi crecimiento profesional y de todos mis proyectos
culturales. Quedé impresionada porque él tiene un cargo político muy
importante. No pensé que alguien a ese nivel se detuviera a mirar los posting en fb, menos los míos. Lo conocí
hace 15 años en un juego de baloncesto en Hostos Community College, de donde soy
ex-alumna. Era una beneficencia para una causa noble. ¡Qué varonil y cuánto
carisma! Yo suspiraba y observaba a ese machazo, mientras él se desplazaba de
un lado a otro.
Siempre me ha gustado cooperar. Si
bien, desde que comencé a estudiar, me fui involucrando en diferentes ámbitos,
con el propósito estratégico de conocer la cultura de esta ciudad, en especial
la del bello Bronx. Soy una persona calculadora pero de buena fe. Siempre lo
he sido, incluso en el pasado cuando no me comportaba con rectitud. Pues bien, en
Hostos conozco a ese hombre, cuya presencia aún me pone nerviosa y hace que
revoloteen las mariposas en mi estómago. Él lo sabe. En esa época, era una
chica sin escrúpulos. Él es un hombre casado y aun así me le insinué. La
segunda vez que lo vi fue en una gala. Cuando pude hablarle, fue para invitarlo
al after party. Qué estúpida soy,
pensé. Sin embargo, ya era tarde para retractarme. Estaba que me derretía al
verlo frente a mí, con esa sonrisa sexy y mirada penetrante. Ese hombre lucía
hermoso, con un suit azul oscuro
hecho a su medida y una fragancia riquísima. Me perdí en su aroma, que llegaba
a mí como una limosna. Como era de esperar, no aceptó la invitación.
Qué hombre más recto y fiel a su
esposa quedé pensando yo con admiración y vergüenza por mi comportamiento tan
depravado, después de unos tragos. Tras ese encuentro, dejé de pensar en él. Un
día, dejándome llevar por mis impulsos, llamé a su oficina y, para mi suerte,
la secretaria le pasó la llamada. Le dije que me interesaba hacer servicio
comunitario. Con mucha diplomacia dijo que no era prudente, ya que sabía de mis
intenciones hacia él, y trabajar en su oficina iba a ser una tentación porque
él era un hombre. ¡Qué metida de pata! Jamás lo volví a molestar pero siempre
soñaba con él. El deseo se fue desvaneciendo con el tiempo. Durante mucho
tiempo imaginé que iba a verlo a su oficina para hablarle de un proyecto
comunitario y que antes de irme me acercaba a su escritorio, me sentaba en sus
piernas, y lo besaba intensamente. ¡Qué tortura pensar en esos labios que nunca
serían míos!
Siento un poco de vergüenza al
hablar de estas cosas pero por qué tapar mi conducta del pasado si lo
importante es que ya me he reivindicado y ahora soy una persona transparente.
Antes vivía sin valores. Por eso no me gusta escribir porque cuando lo hago se
me va la lengua y escupo hasta la hiel. Escribir es una manera de auto
analizarme y ver cómo he ido transformando mi vida para bien. En mi pasado hay
muchas historias que si alguien las lee pensaría que son mentiras. Un eslabón
lleva al otro y así estamos todos conectados de una manera u otra y hay que
saber cómo comportarse. Estas cosas las he ido aprendido con los años.
Jamás revelaré su nombre. Y quién
sabe si este texto no pasa a ser más que una historia inventada para desahogar
una frustración como le ha sucedido a muchas de nosotras.
Por: Yini Rodríguez
Todos los derechos reservados
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