Para lograr los objetivos el ser humano debe
salirse del área de "confort".
Mi bisabuelo decía que el que quiere comer pescado debe mojarse el trasero. Es
cierto, porque nada llega de gratis. Reflexionar
sobre esas cosas me dio ánimo para limpiar mi habitación, sacar la ropa para mi
equipaje y también organizar mis papeles. El último documento que cayó en mis
manos fue la carta de admisión que mi hijo escribió cuando solicitó a varias
universidades. Un nudo se hizo en mi garganta. De mis ojos no brotó una
lágrima pero mi corazón sangraba por dentro. Yo adoro a mi hijo.
Si hasta ahora no había hablado de él, no
significa que no lo tenga presente en mis pensamientos. Al contrario, mi
hijo lo es todo para mí. Él, sin saberlo, contribuyó enormemente para que yo
cambiara de vida. El día 7 de mayo cumplirá 25 años. Cuando él era un bebe, yo
parecía una adolescente jugando con un muñeco. Tal vez por eso lo descuidé
tanto. No me justifico ya que la inmadurez y la ignorancia tenían una venda en
mis ojos. Las heridas poco a poco han cicatrizado y ya no estoy tan
vulnerable para hablar sobre mi único y adorado hijo.
La escritora Esmeralda Santiago, cuando hizo una presentación en el Lehman College, comentó que muchas veces tenía que dejar a un lado el ordenador ya que el llanto empañaba su visión y la pena se apoderaba de su corazón al escribir de temas dolorosos. En estos instantes me encuentro en esa situación. La única diferencia es que no estoy frente al ordenador sino que escribo desde mi iPhone. Mis lágrimas van dirigidas a esa joven ignorante que descuidó tantas noches a su hijo cuando él más la necesitaba. El pasado no lo puedo cambiar pero si reflexionar sobre éste para así en la actualidad ser una mejor madre.
Aunque los hijos sean adultos, en un lugar de nuestro corazón, todavía los vemos como niños. Eso sí, tampoco es que los vamos a amamantar como si lo fueran porque ahí cambia el asunto. Por culpabilidad, ignorancia o por cualquier otra jodienda, cuando se miman demasiado, no los dejamos desarrollar y luego tenemos parásitos que no sirven para nada y se convierten en escorias de la sociedad. Este no es el caso de mi hijo. Hace cinco años se fue a la universidad pero luego dejó los estudios y se ha conformado con un trabajito en McDonald.
Él vive a siete horas en un pueblito insípido en donde gran parte de sus residentes son conformistas y ahogan sus penas con el alcohol. Pienso que es natural que los hijos necesiten apoyo moral y si están en problemas económicos que también uno les dé una manito de vez en cuando. Yo pienso ayudarlo pero no es verdad que mientras yo me fajo como una leona él va estar tranquilo echándose aire en los testículos. Creo que ha llegado el momento de involucrar a mi hijo en mi vida para que por su cuenta descubra otros horizontes y se salga de la prisión imaginaria que el sistema nos ha impuesto.
No voy a profundizar en mi relación con él porque en un futuro pienso dedicar tiempo para escribir "cartas a mi hijo" desde cada país en donde me encuentre. Reflexionar sobre el pasado; su niñez, y adolescencia, hasta convertirse en un hombre. También escribiré de los países que visite, sobre la cultura y también su gente, para qué él pueda soñar e imaginar otros lugares como lo hacia yo cuando leía uno que otro libro. Fue gratificante leer esa carta de admisión porque mi rostro resplandeció de orgullo y amor pensando en mi hijo, quien en dos meses me dará el regalo más bello: un nieto.
La escritora Esmeralda Santiago, cuando hizo una presentación en el Lehman College, comentó que muchas veces tenía que dejar a un lado el ordenador ya que el llanto empañaba su visión y la pena se apoderaba de su corazón al escribir de temas dolorosos. En estos instantes me encuentro en esa situación. La única diferencia es que no estoy frente al ordenador sino que escribo desde mi iPhone. Mis lágrimas van dirigidas a esa joven ignorante que descuidó tantas noches a su hijo cuando él más la necesitaba. El pasado no lo puedo cambiar pero si reflexionar sobre éste para así en la actualidad ser una mejor madre.
Aunque los hijos sean adultos, en un lugar de nuestro corazón, todavía los vemos como niños. Eso sí, tampoco es que los vamos a amamantar como si lo fueran porque ahí cambia el asunto. Por culpabilidad, ignorancia o por cualquier otra jodienda, cuando se miman demasiado, no los dejamos desarrollar y luego tenemos parásitos que no sirven para nada y se convierten en escorias de la sociedad. Este no es el caso de mi hijo. Hace cinco años se fue a la universidad pero luego dejó los estudios y se ha conformado con un trabajito en McDonald.
Él vive a siete horas en un pueblito insípido en donde gran parte de sus residentes son conformistas y ahogan sus penas con el alcohol. Pienso que es natural que los hijos necesiten apoyo moral y si están en problemas económicos que también uno les dé una manito de vez en cuando. Yo pienso ayudarlo pero no es verdad que mientras yo me fajo como una leona él va estar tranquilo echándose aire en los testículos. Creo que ha llegado el momento de involucrar a mi hijo en mi vida para que por su cuenta descubra otros horizontes y se salga de la prisión imaginaria que el sistema nos ha impuesto.
No voy a profundizar en mi relación con él porque en un futuro pienso dedicar tiempo para escribir "cartas a mi hijo" desde cada país en donde me encuentre. Reflexionar sobre el pasado; su niñez, y adolescencia, hasta convertirse en un hombre. También escribiré de los países que visite, sobre la cultura y también su gente, para qué él pueda soñar e imaginar otros lugares como lo hacia yo cuando leía uno que otro libro. Fue gratificante leer esa carta de admisión porque mi rostro resplandeció de orgullo y amor pensando en mi hijo, quien en dos meses me dará el regalo más bello: un nieto.
Por: Yini Rodríguez
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